viernes, 11 de marzo de 2011

Atados sin excusas

Recuerdo haber leído una metáfora acerca de dos perros andariegos que tomaron el mismo camino, y de paso se encontraron la misma casa aunque en diferentes instantes. Uno de los perros iba siempre demasiado cuidadoso, prevenido y temeroso a la vez de lo que se pudiera encontrar en el camino, así que cuando decidió entrar en la casa para ver que hallaba, se encontró con una manada de perros; inmediatamente se puso en posición defensiva y lista para atacar si alguno lo agredía, entonces con cara de temerario les ladró y gruñó recibiendo a cambio la misma actitud, hasta que se alejó y quejándose se dijo que jamás volvería a pasar por un sitio tan hostil como ese, creyendo haber tenido suerte que no le hubiesen atacado, quizá porque era un perro muy fuerte. El otro perro en cambio quien iba dichoso por el camino observando lo que encontraba a su paso y atento de aprender de las nuevas experiencias, al encontrarse a la misma manada, se sorprendió y al cabo de una pausa les saludó, le batió la cola, recibiendo el mismo gesto a cambio y siguió su sendero. Éste salió aún más contento y se dijo que pasaría de nuevo por ese lugar para pasar más tiempo con aquellos perros tan agradables. Sin embargo, en aquella casa no había tal manada de perros, sólo estaba llena de espejos.

Aunque considero que de esta pequeña metáfora se podrían extraer varias enseñanzas y aplicar varias analogías de nuestra vida cotidiana, hay un fundamento siempre latente que determina la respuesta de nuestros pasos, la actitud. Sin importar cuantas veces pensemos, veamos y oigamos esa palabra, es la clave de nuestra realidad, pues es el resultado de lo que creemos, pensamos, decimos, hacemos y dejamos de hacer; es la causa y el efecto de este mundo condicionado, es nuestras oportunidades o limitantes. Por eso, cada vez que creemos actuar desde afuera, es decir, llevados y justificados por los comportamientos de los “demás”, lo que hacemos es agredirnos a nosotros mismos; y es que ese “los demás”, no existe más que en la propia individualidad paradójicamente excluida cuando nos excusamos y escudamos sencillamente en lo que consideramos hace parte de los demás, como si nosotros no formáramos parte de ello.

El perro bravo siempre creyó que debía ir a la defensiva por lo malo que pudiera encontrarse en el camino, lo que lo lleva a reafirmarse en su negatividad cuando cree ver una jauría de perros que lo quieren atacar, justificando entonces su actitud contrariada en la que responde debido al ataque de otros pero que a su vez ha sido generada por sí misma.

Si queremos romper con ataduras que creemos son impuestas por otros, primero debemos volvernos como el perrito dichoso que experimentar hallar la gentileza de otros como él.

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